lunes, 29 de mayo de 2017

Maria Magdalena: Mujer De Servicio!



No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Romanos 12:2

 
Si hay una historia de redención y cambio en la Biblia que merezca la pena ser destacada esa es, sin duda, la de María Magdalena, una mujer que, de endemoniada, se transformó en discípula de Cristo y en la primera persona que dio testimonio de la resurrección de Jesús.


 
Hay varias mujeres con el nombre María en la Biblia.


Esta en concreto se diferencia de las demás con el sobrenombre de “Magdalena”, lo que implica que era de la ciudad de Magdala. Magdala era una ciudad muy poblada en la costa de Galilea a unos cinco kilómetros de Capernaum.Era una comunidad conocida por sus textiles y sus tintes.


Es posible que María Magdalena fuera una mujer relacionada con la industria textil, puesto que tenía medios para mantenerse siendo una de las seguidoras de Jesús. Ella encabezaba el grupo de mujeres fieles que financiaban la obra del Señor “que ayudaban con sus bienes” (Lucas 8:3)  y seguían a Jesús a donde fuera.

No tenemos indicación alguna sobre su familia, su estado civil o su edad. Que pudiera seguir a Jesús después de su conversión, nos hace pensar que era una mujer sin cargas familiares.


Se la menciona en catorce ocasiones y en los cuatro evangelios, generalmente en conexión con otras mujeres. En las cinco ocasiones en las que se menciona en solitario, la conexión es con la muerte y la resurrección de Cristo (Marcos 16:9; Juan 20:1, 11, 16, 18).


La primera mención de ella hace referencia a que era una mujer poseída por siete demonios. Siete, en el mundo judío, es un número que sugiere “plenitud”. Puede ser un número literal o, más probablemente, una indicación del grado de posesión que tenía esta mujer.


 

Lucas 8:1-3 - Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce 2 y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, 3 Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus bienes.


Los ojos compasivos de Jesús se posaron en la mujer de Magdala viendo en ella el potencial que esta mujer podría tener en el servicio a Dios en lugar de ver solo a una mujer en su circunstancia, en su padecimiento, en su adversidad.


Al ser liberada de siete demonios, María Magdalena vivió en carne propia el milagro de sanación que ofrecía Jesús a los que tenían fe. Este milagro la transformó de tal manera que la convirtió en la testigo que lo acompañó hasta después de la muerte.


María Magdalena en la Biblia es el ejemplo del poder de conversión del corazón humano.


 

Después de su liberación, María Magdalena se convirtió en discípula de Cristo ayudándolo junto con otras mujeres en sus actividades y viajes. Dejó su hogar de Magdala para seguir a Jesús. Había visto lo que el poder de Dios había hecho en ella y quería que todos los demás tuvieran la misma oportunidad que ella tuvo.


 

Y lo siguió hasta el final. Allí estaba junto a María y Juan a los pies de la cruz, viendo cómo Jesús entregaba el último aliento (Lucas 23:49). Allí estaba María Magdalena cuando el soldado traspasó su costado. Allí estaba cuando José de Arimatea y Nicodemo bajaron el cuerpo. Allí estaba cuando las mujeres se pusieron de acuerdo para preparar el cuerpo para su entierro (Lucas 23:55)

María Magdalena había vivido una vida transformada. Ella es la prueba viviente de que, en Jesús, somos nuevas criaturas, de que no importa de dónde vengamos ni qué hayamos hecho. En Él, las oportunidades son nuevas cada mañana.


A María la de Magdala todavía se le tenía reservado un privilegio más. El final perfecto para rubricar su transformación y el amor que tenía por Cristo: ella sería la primera persona en ver a Jesús resucitado. ¡Qué gran honor conferido por Dios a esta mujer!


El capítulo 20 del evangelio de Juan nos da el recuento de los hechos: cómo María Magdalena fue al sepulcro y avisó corriendo de que el cuerpo de Jesús no estaba, cómo lloró amargamente al no encontrar el cuerpo, cómo tuvo, sin saberlo, una conversación con Jesús resucitado y cómo, finalmente, reconoció a Su Señor, a Aquel a quien había servido con devoción desde que le sacara los siete demonios; a Aquel al que había servido con sacrificio; a Aquel al que amaba y cuyas cruz estaba dispuesta a llevar.

 
Juan 20:18 - Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos la noticia de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.


 
Ella fue la primera en dar la noticia de que Jesús había resucitado, de que había vencido a la muerte y al pecado.


María Magdalena nos da un ejemplo maravilloso de lo que Jesús puede hacer con una persona. Cuando la encontró por primera vez, nadie daba un duro por ella: era una mujer afligida, un alma atormentada. Pero Jesús la sanó y la salvo, haciendo de ella una sierva fiel que estuvo con Él hasta los últimos momentos.


Una de las grandes pruebas de la verdad del evangelio es el poder de una vida transformada en manos de Dios ¿Ha transformado Jesús tu vida? ¿Te das cuenta de lo que Él puede hacer contigo? ¡Él tiene planes maravillosos para ti. Un corazón transformado por Cristo debe ser un corazón dispuesto a servirle.

Marta: Una Mujer Ocupada!



Lucas 10:38-42

Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.


En nuestra serie sobre Mujeres del Nuevo Testamento, hablamos hoy sobre una mujer conocidísima por la mayor parte de nosotras: Marta, la hermana de Lázaro y María, una familia muy cercana a Jesús.


Juan 11:5, 32-36


Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.


Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió,
y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve.
Jesús lloró.
Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba.




Marta vivía en Betania, una aldea en la falda oriental del Monte de los Olivos, a unos dos kilómetros y medio al este de Jerusalén, en el camino a Jericó.


Marta era una mujer generosa que siempre abría su hogar a Jesús y a cualquiera que viniera con Él ofreciendo hospitalidad con abundancia en todo momento. No se menciona a su esposo ni a su padre. Que tuviera capacidad para hospedar a tantas personas nos hace pensar que pertenecía a una familia adinerada. También nos ayuda a pensar eso el recuento del perfume con el que su hermana María ungió a Jesús (Mateo 26:8-9, 11; Juan 11:2).


No sabemos tampoco su edad, ni si era una mujer soltera o viuda, pero sí que se hacía cargo de sus hermanos, se ve que era la hermana mayor.


La llegada de Jesús fue, probablemente, inesperada. Al verle llegar con los discípulos, Marta comenzó a ir de aquí para allá preparando comida para alimentar a los hombres y mostrarles la hospitalidad que la ocasión merecía ¡El Maestro estaba en casa! Había que darle lo mejor, así que nuestra Marta se ocupó en cocinar para el regimiento que acababa de entrar por su puerta.


El problema de Marta fue que “se preocupaba con muchos quehaceres”. Se ocupó demasiado en lo que tenía que hacer olvidándose de para quién lo estaba haciendo.


Se ocupó en la tarea de servir en lugar de en ser una sierva.


¿Había que hacer comida y atender a todos? Sí, Marta estaba cumpliendo con su responsabilidad como anfitriona. Pero que la Escritura nos diga que “se preocupaba con muchos quehaceres” me hace pensar que se le fue un poco la mano con sus preparaciones y que se lio demasiado en la cocina.


Y, por si fuera poco, no solo se complicó demasiado, sino que permitió que la amargura tuviera cabida en su corazón. Llegó un momento en el que su mente ya no estaba concentrada en servir a Jesús y a los hombres que habían llegado con Él, sino en el hecho de que su hermana María no la estaba ayudando, sino que estaba a los pies de Jesús.


¡Cuántas veces nos turbamos como Marta porque nos ponemos a ver lo que otros hacen o no hacen! Nos olvidamos de que cada una de nosotras deberá dar cuentas de manera individual por lo que hacemos… no por lo que hacen los demás.


Es muy fácil perder el gozo y la motivación correcta a la hora de servir cuando, en lugar de concentrarnos en hacer lo nuestro con excelencia, nos ponemos a analizar las obras de otros.


Y eso fue, precisamente, lo que le sucedió a Marta aquí. Dejó que la amargura contra su hermana por estar sentada a los pies de Jesús mientras ella estaba en la cocina saliera por su boca al preguntar al Maestro: “¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”.


Con ese comentario perdió la bendición. Hizo a un lado el gozo de servir y puso por delante su inconformidad con lo que su hermana estaba haciendo.


Jesús, como sabemos, la reprendió con dulzura, haciéndole ver que estaba “afanada y turbada” y recordándole que el lugar en el que debía estar era a Sus pies.


Cuando imagino esa escena pienso en Marta. Imagino el rubor subiendo a sus mejillas, la punzada en el estómago cuando te hacen ver que estás obrando mal. Imagino también, conociendo a esta amada mujer, que reconoció su error, terminó sus preparaciones con rapidez y se sentó junto a su hermana a disfrutar de la presencia de Jesús.


La historia de Marta nos ayuda a recordar que el servicio y la ocupación son cosas distintas. Ocuparse en miles de cosas, hacer de todo, comprometerse aquí y allí no nos hace más “siervas”, tan solo hace que vivamos agobiadas con todo y que nos perdamos la razón última de nuestro servicio: Jesús.


Recordemos que debemos servir, pero no llenar nuestra agenda de meras cosas por hacer; sacrificarnos, pero no relegar nuestro tiempo de devoción con el Señor.


Que tus ganas de servir a Dios no se conviertan en ansiedad. Que la ocupación no quite tus ojos de Cristo. Que lo mucho o poco que hagas sea con la motivación correcta.


Cuando nos llenamos con la ansiedad de Marta, estamos reconociendo que no sabemos establecer prioridades de manera apropiada ni vivir en equilibrio.

Que el ejemplo de esta mujer devota nos ayude a separar lo “urgente” de lo “importante” y que podamos tener ese corazón dispuesto al servicio en completa armonía con un corazón rendido a nuestro Señor.



Pas. Cristian E. Pérez

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Lidia: Una Mujer Con Corazón Abierto!



Hechos 16:14 -15
Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad.  Y nos obligó a quedarnos.


Lidia tiene el honor de ser la primera creyente registrada en Europa. Era parte de un grupo de gentiles que se sentían atraídos por el judaísmo, pero que aún no se habían convertido.

Probablemente era una mujer griega que vivía en un asentamiento romano. 
Su nombre indica su procedencia: provenía de la región de Lidia en Asia Menor, más concretamente de la ciudad de Tiatira. En Tiatira los diversos oficios artesanos estaban organizados en gremios, siendo uno de los más importantes el de los tintoreros, conocedores del secreto de la tintura de púrpura con raíz de rubia (en vez de hacerla con crustáceos, como se hacía en otros centros productores de púrpura del mundo antiguo). Dicha tintura, luego llamada "rojo de Turquía". A la iglesia en Tiatira dedica Juan una de sus cartas en Apocalipsis 2:18-29.


La Biblia nos dice que era vendedora de púrpura. Que no se haga mención de su esposo y que, al mismo tiempo, se la describa como comerciante y dueña de casa sumado al hecho de que invitara a Pablo y a sus acompañantes a su hogar hacen pensar que era una mujer viuda de alto estatus social.

Junto a Pablo iban en este segundo viaje misionero Timoteo, Silas y Lucas. Habían estado recorriendo las regiones del Norte de Asia Menor, pero, una noche, Pablo tuvo una visión de un hombre macedonio pidiendo que fueran allí (Hechos 16:9). Obedeciendo a la voz de Dios, Pablo y sus compañeros de viaje dejaron Asia y pasaron a Europa cruzando el mar Egeo.

Vivía en Filipos, en la Macedonia griega, donde encontró a Pablo, quien estaba haciendo su segundo viaje misionero. Los hombres se la encontraron reunida junto a otras mujeres honrando el Sabbat en un río cerca de Filipos. Ese hecho nos dice que es muy probable que no hubiera suficientes hombres judíos en Filipos para abrir una sinagoga.

Pero Lidia estaba buscando de Dios, ella “adoraba a Dios” y cuando escuchó a Pablo ¡todo comenzó a cobrar sentido! Automáticamente su corazón se abrió para comprender el mensaje de salvación. Y tanto ella como su familia recibieron a Cristo y fueron bautizadas.



Juan 6:44
Ninguno puede venir a mí,  si el Padre que me envió no le trajere.


Esto es algo que Dios debe hacer en todo aquel que cree. Es por eso que el elemento más importante en el evangelismo es orar a Dios para que abra los corazones de aquellos a los que se va a predicar para que haya una conversión verdadera.

Después de esto, Lidia insiste grandemente a Pablo y a los hombres que viajan con él que se queden en su casa. La Biblia dice que los “obligó”, de tantos ruegos y peticiones que les hacía para que se hospedaran allí.

La conversión de Cornelio (Hechos 16:15), de Lidia y su casa (Hechos 16:6-8) y del carcelero (Hechos 16:16-18) marcan el comienzo de la iglesia de Filipos. En Hechos 16:40 vemos como Pablo y los demás hombres, habiendo salido de la cárcel, fueron a casa de Lidia y “habiendo visto a los hermanos, los consolaron y se fueron”. 

Los creyentes comenzaron a reunirse en casa de Lidia y formaron una iglesia amada por Pablo que estuvo en su mente y en su corazón mientras esperaba su juicio en la cárcel de Roma (Filipenses 4:10, 14, 17-18).

La Escritura dice que Dios abrió el corazón de Lidia para responder al mensaje del evangelio. Y de ahí, nació la iglesia de Filipos. 
¡Dios hace grandes cosas con corazones dispuestos!


Santiago 2:17
Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

Lidia nos da el ejemplo de cómo un creyente debe responder al evangelio. 



Desde el primer momento en el que recibió a Cristo como su Salvador personal, el Espíritu Santo comenzó a hacer Su obra transformadora en ella y Lidia respondió con sus obras: hospedó a los misioneros y abrió su casa a los primeros creyentes de Filipos.

De la disposición del corazón de Lidia surgió el germen de la iglesia de Filipos. 

¡Cuánto no podrá hacer Dios contigo si se lo permites! 

Seamos como Lidia y abramos nuestro corazón a Dios para que Él se glorifique a través de nosotros.


Pas. Cristian E. Pérez


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El Ancla De Mi Vida!



Esta esperanza que nosotros tenemos
es como un ancla del alma, sólida y firme.
Hebreos 6:19 (LPD)

En primer lugar te explico que es un ancla. 
Se llama también áncora y representó a lo largo de los tiempos, el artículo naval que sirve para que el barco pueda estar quieto en el agua, sin estar amarrado a un muelle. Consta de una caña central y dos cuernos o patas que sirven para clavarse en el barro o las piedras del fondo. Puede estar unida al barco por una soga o una cadena y pesa desde 15 a 15.000 Kg., dependiendo del tamaño de la embarcación.

Se usa generalmente, cuando un barco debe permanecer en un sitio a la espera de la entrada a puerto, o porque esta realizando una operación en el río o el mar y no hay muelle, o porque tiene un problema en su desplazamiento y no quiere perder su rumbo o ruta.

Si el motor o la vela del barco no funciona y no se tiró su ancla al agua para que esta se enganche en el suelo y sujete el barco, se dice que este esta a la deriva, es decir, esta sujeto al movimiento o corriente del agua que lo llevará por donde quiera.

Este instrumento en forma de T al revés, llevando amarrado una cuerda firme y fuerte lanzada a lo profundo del mar es capaz de detener el barco tanto  en el muelle como en alta mar. Es el freno de emergencia una vez el barco está detenido. 

El Apóstol Pablo, en la carta a los hebreos, compara la vivencias  de la fe en Jesucristo, con el ancla  que afinca el barco  de la vida con firmeza y seguridad llegando a puerto seguro.


Esta analogía se aplica bien al alma de las personas. 
Nuestra vida es un viaje en barco por las aguas de este mundo. 

A veces el entorno social y espiritual hace que nos rodee una tempestad que ataca nuestra embarcación: llamemos a esa tempestad, dolores, enfermedades, desgracias, desencuentros, enemistades, desengaños, traiciones, depresión y la lista seguiría interminablemente. 

Cuando estas cosas nos agobian, generalmente intentamos asirnos de algo o alguien para sentir seguridad frente a tanta tormenta. Entonces cuando no sabemos que hacer ni de donde agarrarnos, sentimos una sensación de vacío que se traduce en angustia y desconcierto. Nuestra alma esta a la deriva, y el barco ira de acá para allá sin rumbo y perdiendo el sentido del viaje, es decir el propósito de la vida.

Creo que en mayor o menor medida, todos nos hemos encontrado así más de una vez y hemos buscado algo que nos alivie, que nos de seguridad y sirva para pasar con más tranquilidad ese momento.

Leyendo la Biblia, encontromos que Dios ha provisto para todos los que confían en Él, un ancla espiritual para nuestro barco espiritual: La esperanza para el alma, es definitivamente el ancla más segura para no quedar a la deriva.
El texto bíblico dice:

Tenemos como firme y segura ancla del alma, una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros. Hebreos 6.19-20 (Biblia NVI)

La cortina del santuario a que hace referencia este párrafo bíblico era un lienzo grueso que dividía dos ambientes del templo donde se realizaban los oficios religiosos de los judíos.

La parte externa se llamaba lugar santo y allí había objetos de culto y adoración a Dios. La otra parte, mas interna, del otro lado de la cortina, era el lugar santísimo, un ambiente oscuro, desierto y habitado solamente por un arca de madera cubierta de oro que representaba la presencia de Dios en la tierra. A ese lugar nadie podía entrar, significando la separación que había entre Dios y los hombres a causa de nuestro pecado. Solamente el sacerdote mayor, una vez a año se atrevía a entrar allí para ofrecer sobre el altar del arca, sangre de un cordero sacrificado para ello, que hacía que el pecado de los hombres fuera cubierto de la presencia de Dios y así Dios siguiera viviendo entre el pueblo judío.

Pero sucedió que cuando Jesucristo murió en la cruz, esa misma tarde, como a las 15 hs, hubo un terremoto y la cortina del templo se rasgó y se pudo ver el lugar santísimo. Ese lugar reservado solo para un sacerdote especial, quedó al descubierto y todos pudieron observar allí dentro.

Esto significó que Jesús, al morir en la cruz, dejo el camino abierto para llegar a la misma presencia de Dios. Obviamente, para ello, hay que mirar con fe a la cruz y creer que el santo ser que murió allí, era el hijo eterno de Dios que moría en lugar tuyo y mío, para dejarnos libre el camino a la presencia de Dios.
Así que cuando confiamos en Dios y Jesús es nuestro salvador, porque lo aceptamos como tal, un ancla de esperanza sale de nuestra alma y se clava en el lugar santísimo, porque allí esta la fuente de toda esperanza, Dios.

Así, cada vez que nuestra vida sucumbe frente a tantas angustias, dolores y fracasos, la esperanza en Dios nos sujeta a el y sentimos seguridad porque hay esperanza en Dios, cuando ya no tenemos otra esperanza en las cosas materiales o en las personas.

Hebreos 10.14 – 23 dice:
Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando. También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Primero dice: «Éste es el pacto que haré con ellos después de aquel tiempo —dice el Señor—: Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente.»Después añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades.» Y cuando éstos han sido perdonados, ya no hace falta otro sacrificio por el pecado. 

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. 

Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Te invito a que elijas la esperanza y la fe en Dios como la mas segura ancla para tu alma, para sentir la seguridad y la paz que estas buscando cuando la vida se hace difícil.


Que Dios te ilumine para entenderlo como yo lo hice un día y poder disfrutar de esta esperanza.



Pas. Cristian E. Pérez

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domingo, 28 de mayo de 2017

Una Medecina Para La Apatía!



Ningún cristiano espera que llegue un día en que se encuentre apartado de Dios.
No nos proponemos amar más otras cosas, ni servir a dioses falsos ni ceder ante la tentación. Pero para gran sorpresa de muchos de nosotros, nos hemos encontrado con que llevamos años siguiendo a Cristo con una compañera alarmante:
La Apatía.

Desafortunadamente, 
en la vida cristiana no existe un momento en que adquiramos tal inmunidad a cierto tipo de pecado. 
La pasión por Jesús que alguna vez fue tan fresca, puede secarse y permitir que ahora en su lugar, retoñen los deseos del mundo.

Por ejemplo, el tratar de mantener cierto estatus puede usurpar el deseo de mantenernos en comunión con el Espíritu. Esto no debe sorprendernos. La Biblia resalta las fallas de nuestros héroes a la par de sus victorias veamos:


Un David devoto… en cama con Betsabé...
Noé el justo…emborrachándose...
El sabio Salomón …en promiscuidad...
El orgulloso Pedro… en su negación.


Cada uno de nosotros estamos apenas a pocas concesiones de distancia de abandonar el amor que teníamos al principio, y abrazar búsquedas pecaminosas.
¿Cómo sucede esto?


Sucede cuando la gracia salvadora de Dios ya no es el tesoro más preciado, sino que ahora es apenas una moneda de un centavo tirada en el piso. Cuando la mención del Evangelio nos provoca un “sí, lo sé” en lugar de, “¿Cómo puede ser esto?” En el momento en que nuestra salvación se vuelve algo ordinario, abrimos la puerta para que algo más cautive nuestro corazón.
Apatía hacia Dios es una posición de riesgo.


Se tarta de crear conciencia del Pecado!




¿Hay algún antídoto para la apatía?




Jesús estaba rodeado de judíos apáticos. Los líderes religiosos confiados en sí mismos no tenían necesidad de un salvador (¿Quién necesita salvación cuando se es tan bueno siguiendo las reglas?) De manera que su menosprecio estaba en agudo contraste con los pecadores necesitados que vieron en Jesús una esperanza increíble.


Ante tal momento de contrastes, Jesús les cuenta esta historia:


Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más? Simón respondió, y dijo: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Y Jesús le dijo: Has juzgado correctamente. Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Lucas 7:41-47




Jesús diagnostica la brecha entre la apatía y la alabanza como un asunto de conciencia de pecado (porque no hay ninguno a quien verdaderamente se le perdone solo un poco). Una conciencia mayor de los pecados perdonados lleva a un amor mayor por el Perdonador. El antídoto para la apatía es una comprensión aguda de cuán grandemente hemos sido perdonados. No somos la chiquilla que merece un manotazo, sino la criminal que merece ir al patíbulo.




No estoy recomendando que enumeremos nuestros pecados, sino más bien que nos esforcemos por ver con claridad la naturaleza vil de nuestro pecado. Si miramos a nuestro malvado corazón y nos encogemos de hombros, el perdón que Dios ofrece no parecerá tan impresionante. Si nuestro pecado es meramente molesto, el conocer a Dios se convierte en un premio de consolación, no el premio mayor. Mientras el pecado es minimizado, la apatía puede continuar.
Necesitamos Ser Despertados!




Pero minimizar el pecado es lo que nuestro mundo hace mejor.
Vivir centrados en nosotros mismos es el estándar en cada corazón humano, por lo cual fácilmente somos convencidos de que un poco de egoísmo es normal. Necesitamos ser despertados. Pero, irónicamente, el comprender la vileza de nuestro pecado no sucede al enfocarnos más en el pecado. La sola presencia de Dios es suficientemente fuerte para despertar nuestro espíritu y acabar el sinfín de excusas que usamos para justificar el pecado.




Isaías experimenta este momento de claridad cuando ve al Señor sentando en Su trono alto y sublime (Is. 6). Habiendo visto a Dios en Su majestuosa gloria se suscita una aflicción inmediata. “¡Ay de mí! Porque perdido estoy. Pues soy hombre de labios inmundos.” (v. 5)




Isaías no es el único que respondió a Dios de esta manera. Otros dos hombres,
Daniel y Josías; los chicos buenos de la historia, no estaban pecando voluntariamente o evitando hacer lo bueno que les tocaba hacer. De hecho, ellos eran, en sus tiempos, algunos de los pocos que estaban buscando a Dios activamente. Sin embargo, en ambos casos, cuando Dios se reveló delante de ellos, les vemos arrepintiéndose, no de los pecados de otros sino de los propios. Encontramos a estos hombres piadosos llorando con profundo quebrantamiento por el mal que vieron en sus propios corazones.
Una vista clara de Dios revela el verdadero horror de lo que a diario justificamos:
Nos amamos a nosotros mismos más que a cualquier otra cosa.




La denuncia de nuestra miseria siempre es dolorosa. Confirma nuestra incapacidad para vencer al enemigo que es el amor por nosotras mismas que mora en nuestro interior. Pero esta desesperanza es para alegrarnos, porque a través de ella vemos la verdad: Se nos ha perdonado mucho.




Ante cada nuevo entendimiento de la depravación del pecado, las palabras de Jesús son aún más dulces, como si nos dijera:
Bienaventurados los pobres en espíritu. Bienaventurados aquellos que lamentan su pecado. Bienaventurados que se abstienen de pecar y están desesperadamente hambrientos y sedientos de justicia. Serán consolados; serán satisfechos; ¡me verán, y mi reino es para ustedes!
(Mateo 5:2-11)




La apatía no puede existir donde el pecado es mortificado.
Amigos, nuestros pecados perdonados son verdaderamente atroces; se nos ha perdonado mucho. ¡Pero se nos ha concedido el privilegio inmerecido de conocer al Dios viviente! Sí, el conocerlo expondrá nuestra horrorosa naturaleza pecaminosa, pero también exhibirá Su maravillosa gracia.
Ven, persistamos en conocer al Señor. Se nos ha perdonado mucho; ¡quiera el Señor enseñarnos a que también Le amemos mucho!




En Medio De La Oscuridad!



Los últimos meses, he estado batallando en una etapa de oscuridad que me ha robado el gozo. Me siento como errante en el desierto. El cambio parece estar mucho más allá del horizonte. Muchos de mis amigos se están casando y mudando lejos. La muerte y el sufrimiento empuñan sus espadas sobre aquellos a mi alrededor. El mundo parece lúgubre, y mi propia naturaleza pecaminosa está asomando su horrible cabeza.


Después de escucharme compartir dónde me encuentro, un amigo preguntó,
“¿Has intentado cantar? Encuentra una manera de añadir alabanzas a tu día –mira a ver si eso te ayuda.”


Si he de ser honesto, cuando el dijo eso, me sentí como los israelitas cuando preguntaron:
“¿Cómo cantaremos los cánticos de Sion cuando nuestra nación ha sido hecha cautiva?” (Sal. 137:3-4)
¿Cómo puedo alabar a Dios cuando siento que Él me ha abandonado?
¿Cómo puedo alabar a Aquél que parece estar llevándose a todos cuantos amo?
¿Dónde puede haber lugar para el gozo cuando me siento condenada a una vida de soledad perpetua?

Elige Cantar En medio del Dolor!

Así fue como encontré solidaridad en los Salmos. Los autores de los Salmos no eran personas despreocupadas y sin problemas. Más bien, ellos escribieron con un corazón lleno de angustia y profundo sufrimiento. Pero a pesar de su dolor, hay un hilo de esperanza que corre a lo largo del libro, cierta esperanza de “no importa lo que suceda, continuaré aferrándome a Dios.” Puedo escuchar lucha en sus palabras:

(Sal. 34:9,18) Temed al SEÑOR, vosotros sus santos, pues nada les falta a aquellos que le temen… Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu.


(Sal. 73:25-26) ¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre.


(Sal. 23:1,4) El SEÑOR es mi pastor, nada me faltará…Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo;


Cuando leo estas palabras, me quedo con esto: “Teme al Señor. Nada te faltará, pero quizá tengas un corazón abatido. Dios es tu fortaleza y plenitud, pero tu cuerpo y emociones pueden fallarte. Esto es la verdad –El SEÑOR es mi pastor- pero el caminar a través del valle también puede ser real.”
En medio de profundo dolor, los salmistas escribieron canciones a Dios. No está mal el lamentarse, pero necesitamos acordarnos de cantar, porque Dios siempre es bueno –aun cuando nuestro corazón no lo sienta.


¿Alguna vez has pensado en Jesús cantando?

Mateo 26:30 nos dice que después de la Última Cena, la última Pascua celebrada por Jesús en esta tierra, Él y Sus discípulos cantaron un himno juntos. 

Qué impresionante pensar que antes de dirigirse al jardín de Getsemaní, donde sería arrestado y abandonado por Sus amigos, la última cosa que Jesús hizo fue elevar un canto de alabanza a Dios.

No solo eso, sino que la mismísima esperanza del evangelio está fincada en la decisión de Jesús de alabar. Su oración en el jardín refleja un corazón que está consciente del sufrimiento que tiene delante.

Él oró, con gotas de sudor como sangre, “No mi voluntad, sino que se haga la tuya.”
¿Por qué caminó valientemente hacia la oscuridad y el dolor?
Por el gozo puesto delante de Él, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza.”

(Heb. 12:2) Él sabía que había inmenso gozo delante –la salvación de creyentes y Su gloria. Con la perspectiva eterna, Jesús cantó con Sus discípulos…y Él cantó en la cruz:
(Mt. 27:46) Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo:
DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?


Él está citando el Salmo 22, parte del himnario que Israel usaba en la alabanza. Aunque Jesús no lo cantó a voz en cuello mientras sufría (la naturaleza de la crucifixión hacía casi imposible el respirar, mucho menos cantar), Él meditó en un canto de alabanza que apuntaba a ese momento exacto –Su sufrimiento como el Redentor.
Parte del Salmo 22, dice:


Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo… Hablaré de tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis al SEÑOR, alabadle… Los pobres comerán y se saciarán… Todos los términos de la tierra se acordarán y se volverán al SEÑOR, Vendrán y anunciarán su justicia; a un pueblo por nacer, anunciarán que Él ha hecho esto.” 
(Sal. 22:1-2, 22-23, 26-27, 31)


Aun mientras Cristo sufría, estas palabras pasaban por Su mente –no en desesperación o queja, o duda, sino en alabanza.
Eso me hace caer de rodillas y arrepentirme de mi ingratitud… ¡y luego, alabarle!


En la etapa de oscuridad que estoy atravesando, mi primer instinto rara vez (o nunca) es cantar. Pero estoy aconsejando a mi corazón a considerar esto: Cristo cantó al enfrentar la agonía física de la crucifixión, la agonía emocional de la traición, y agonía espiritual de la ira de Dios.


Si Él podía alabar a Su Padre bajo tales circunstancias, mientras moría para redimirme de mi pecado, por Su gracia puedo mirar al gozo que yace delante y decidir cantar cuando todo parezca oscuro y sin esperanza.


Es así, que quiero decirte que haz lo mismo aun que no estés en el mejor "momento" declárale a Dios, cuanto le amas cantándole con gozo en medio de tus circunstancias!

Las Bendiciones de Decidirte Cantarle a Él!



Con Jesús yendo delante de mí, me estoy desafiándome a cantar en la oscuridad. Puedo cantar “Ven, fuente de toda bendición, afina mi corazón para cantarte alabanza” a través de las lágrimas; y “Sé Tú mi visión, oh, Señor de mi corazón” en absoluta desesperación. Esos cantos se han vuelto tan conocidos que en ocasiones olvido que los autores del himno también sufrían. La verdad de sus canciones está hecha para los días difíciles, no solo para los domingos perfectos. Su letra puede aconsejar nuestro corazón en medio de la oscuridad.


Aun que estescon frecuencia de pie en la iglesia, forzándote a cantar palabras con las que tu mente y corazón batallan para estar de acuerdo. Cada vez que estes oyendo a tus hermanos y hermanas cantar, Reanímate. Ellos creen la letra. Todos ellos conocen la verdad, aunque la oscuridad hace que se vuelva difícil verla. Sea que lo sepan o no, se están aferrando a las promesa de Dios. Sabiendo que te exhortan a alabar a Dios (Col. 3:16) Y estoy seguro que mi canto les hace el mismo bien a ellos.


¿Quieres unirte conmigo y decidir cantar ahí donde el Señor nos ha puesto?


Canta mientras haces los quehaceres del hogar, o en el auto. Canta en la iglesia. Continúa cantando la verdad –y quizá nuestro corazón nos alcance y decida alabar a Dios.


Sal. 34:1-3: Bendeciré al SEÑOR en todo tiempo; continuamente estará su alabanza en mi boca. En el SEÑOR se gloriará mi alma; lo oirán los humildes y se regocijarán. Engrandeced al SEÑOR conmigo, y exaltemos a una su nombre.




Pas. Cristian E. Pérez

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El Filtro De Dios!



¿Pensamientos destructivos han invadido tu mente?
¿Te sientes sin valor?, ¿Desconoces el significado de tu vida?
¿Por qué y para qué estás en esta tierra?




¿Te sientes identificada con una de estas preguntas?
Amada mía, entiendo tu dolor, tu desesperanza. Sé que ambos pueden ser más fuertes e intensos que el deseo de vivir y continuar.

El siguiente mensaje es para ti:
El Salmos 139:14 dice:
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy Maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.

¿Alguna vez te has visto a través del lente de Dios?,
¿O tu percepción de ti misma está dada por la cultura, las redes, los estándares de este mundo?, ¿Dime te has mirado como Dios te ve?

Aquí el salmista nos afirma que tú eres una obra formidable.

Si Dios siendo el creador y diseñador por excelencia, y que no comete errores, solo Él tiene la autoridad de decir quién eres. Desde SU perspectiva eres única para Él, cada área de ti ha sido hecha con detenimiento, eres especial. No hay nadie como tú, ni la habrá. No te compares, si Él te hizo diferente no busques vivir uniformada.

Puede que te hayan herido, juzgado e incluso “te partieron el corazón”, pero déjame decirte que aun eso puede ser usado para bien, porque Él realmente te ama: Jesús, 2000 años atrás entregó todo como la mayor muestra de amor eterno y verdadero.

Amada mía...
¿Estás buscando llenar ese vacío?,
¿ese hueco dentro de tu corazón?,
déjame decirte que el mismo tiene el tamaño y las dimensiones de la Cruz de Jesucristo, solo en Él estarás completa. ¡Aleluya!

Jeremías 31:3 nos dice:
Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.

No puedo escribirte sin mencionarte la Palabra de Dios, pues ella será el salvavidas que te auxiliará en esas aguas turbulentas, solo ella te sostendrá y te capacitará para responder a las tribulaciones, ella es la que te hará perfecta.
A fin de que el hombre de Dios sea perfecto. 2 Timoteo 3:17a

No estás sola, yo te pido y oro para que no le des cabida a las maquinaciones del enemigo, no dejes que sus mentiras cubran las verdades de quien eres en Cristo.

Finalmente amada, puede que no te conozca personalmente, pero sí sé que Dios te conoce, te escucha y está cerca de ti….Más de lo que te imaginas.

En el amor de Cristo.

Si estás atravesando por alguna situación similar, busca ayuda en tus padres, pastores o líderes de tu iglesia. No te quedes callada.



Pas. Cristian E. Pérez

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