Josué
24: 15
“Y si mal
os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; pero yo y mi casa
serviremos a Jehová”.
Dios
escogió al hombre más manso de la tierra para sacar a su pueblo de la
esclavitud
de Egipto, y a la muerte de Moisés,
colocó al mando de ese ejército
que ya se había fortalecido
lo suficiente como para hacer frente a sus
enemigos, a otro gran líder, Josué.
Josué
fue uno de los doce espías que tuvieron la misión reconocer la tierra,
y junto
a Caleb fueron los únicos que entregaron un informe alentador
y que se apoyaba
en las promesas de Dios,
que ellos conquistarían esas tierra.
Los otros diez
solamente provocaron desaliento con su visión pesimista y que por falta de fe,
únicamente vieron las dificultades.
Josué
fue fortalecido y educado por el Señor junto a ese gran líder que era Moisés.
Dios lo fue preparando y lo templó en el horno
no solamente para obtener un
carácter firme y valiente,
sino que aprendió en la escuela del Señor el
significado de la santidad,
consagración, adoración, fidelidad,
rectitud,
perseverancia y confianza en el Todopoderoso.
Esas
cualidades obviamente se requieren para el liderazgo,
pero también deberían ser
las características de todo aquel
que se considera hijo de Dios, porque somos
“más que vencedores” en la victoria de Cristo.
El reino de los cielos es de los
valientes, los cobardes “se quedarán fuera”.
Ap.21: 8
“los cobardes e
incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros,
los
idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte
en el lago que arde con fuego
y azufre”.
Cuan
pesada fue la carga que tuvo que soportar Moisés en la travesía
de ese desierto
que se hizo interminable
y fue la tumba de toda la primera generación,
debido
al pecado reiterativo de ese pueblo contumaz y rebelde.
Pero no fue menor la
responsabilidad que tuvo que enfrentar Josué
para persuadir a los suyos y
conquistar la tierra prometida.
No
hay duda alguna que el corazón del hombre se inclina de continuo solamente
hacia el mal. Gracias sean dadas al Señor que la seguridad de nuestra salvación
depende de
Su fidelidad, y no de la nuestra, la cual siempre es fluctuante como
las olas del mar.
Josué
llevó al pueblo de Israel a la tierra prometida de Canaán y les ayudó a pelear
muchas batallas. Acercándose el fin de su vida, Josué reunió a los líderes de
Israel para animarles una vez más:
“Ustedes han visto todo lo que el Señor su
Dios ha hecho con todas aquellas naciones a favor de ustedes, pues él peleó las
batallas por ustedes” (Josué 23:3).
Josué
quería que los líderes supieran que Dios continuaría peleando por ellos;
pero
también quería que supieran que Dios esperaba obediencia a Su Palabra:
“Si
traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado,
yendo y
honrando a dioses ajenos, e inclinándoos a ellos. Entonces la ira de Jehová se
encenderá contra vosotros” (Josué 23:16).
Josué después reunió a todo el pueblo
y les dijo que había llegado la hora de escoger.
Después
de haber presenciado los milagros maravillosos y portentosos que Dios realizó
en Egipto para liberarlos de la esclavitud, de haber comido pan de ángeles en
el desierto, uno pensaría que ese pueblo se habría fortalecido de tal manera que
serían poderosos en la fe. Pero bien sabemos que la triste realidad fue muy
diferente.
El
Señor confirmó el liderazgo de Josué haciendo con él milagros muy
extraordinarios. Pudieron pisar la tierra prometida, después que Dios separó
las aguas del río Jordán, un milagro similar al que realizó con Moisés en las
aguas del Mar Rojo.
La primera ciudad que conquistaron fue con el poder de Dios
que se manifestó de una forma insólita, los muros de Jericó cayeron para que
Israel la ocupara.
Con
el poder de Dios y bajo la dirección de Josué
tomaron posesión de esa tierra,
pero el corazón del pueblo estaba lejos del Señor. Solamente la misericordia de
Dios que se manifestó en la templanza, firmeza y fe inquebrantable de Josué, es
que se mantuvieron unidos.
Pero
este líder de fortaleza, energía y bravura, a quién el Príncipe de los
ejércitos de Jehová se le había aparecido y conversado con él cara a cara,
también había sido provisto de gran discernimiento espiritual, y conocía la
debilidad de los de su nación. Fue así, como en el ocaso de su vida, consciente
que su partida estaba próxima, ni el peso de los años le hizo temblar su voz
para entregar su última exhortación que hizo vibrar al pueblo y confirmar su
compromiso con el Señor.
Como
resuena esa voz resuelta y valerosa de Josué, la cual se eleva sobre su pueblo
y se remonta hasta traspasar la barrera del tiempo para llegar hasta nuestro
siglo XXI con la misma firmeza y fervor:
“Si
mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; pero yo y mi casa
serviremos a Jehová”. Cada cual tiene la libertad para escoger su propio estilo
de vida, aunque ellos ignoran que no son más que esclavos de una sociedad
gobernada por el príncipe de este mundo. Podrán continuar bajo la tiranía del
que conduce y manipula el reino de las tinieblas: “pero yo y mi casa serviremos
al Señor”.
Vivimos
en un mundo que se despedaza cada día y está próximo a su ocaso. Vemos una
sociedad donde los valores morales han sucumbido, la religión misma está
corrompida por las riquezas de este mundo. Hasta el más neófito sabe que
estamos bajo la amenaza de peligros que son reales: crisis ecológicas,
nucleares, enfermedades y morales. Cada cual puede continuar su camino hacia el
despeñadero, pero el verdadero hijo de Dios también dice resueltamente: “pero
yo y mi casa serviremos a Jehová”.
Ahora,
la gran pregunta es ¿cómo puedo yo y mi casa servir al Señor?
Primero hemos de
recordar que no estamos solos, Su promesa es:
(Mt.18:20)
“Porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos”.
El
hogar del cristiano debe constituir la primera línea de ofensiva contra el
reino de las tinieblas, y en tiempos de caos, debe ser la última defensa contra
la arremetida del príncipe de este mundo. La iglesia primitiva nació, se
fortaleció y creció desde los hogares de los creyentes. Durante los tres
primeros siglos resistieron y conquistaron todo el mundo conocido bajo la más
brutal persecución.
El
fiel reflejo de nuestra fe no se manifiesta en la iglesia, sino de cómo nos conducimos
en nuestro hogar. Algunos predican muy hermoso y exhalan un perfume muy grato,
con un lenguaje florido y rebuscado en sus congregaciones,
pero en sus casas
emanan una fragancia muy diferente con su mal humor y hablar descortés y
vulgar. Para no caer en la hipocresía,
la vida espiritual de una iglesia no
podría llegar a un nivel superior
de lo que es nuestra vida del hogar.
Nos
hallamos en el período de la historia de la iglesia, donde nuevamente los
verdaderos cristianos se encuentran en sus hogares testificando de Cristo.
Antes que este movimiento ecuménico modernista de música y farándula, que ha
causado una verdadera inundación de mundanalidad y que borrara todo vestigio de
espiritualidad en las iglesias; la cristiandad había borrado el culto familiar.
Más
que nunca necesitamos fortalecer los cimientos de nuestra fe. Una vida es tan
fuerte como el cimiento sobre el cual está fundada. Toda persona sale de su
hogar para introducirse en el mundo social y moral arrollador, pero el que
tiene su fe fundamentada sobre los principios cristianos, lo que haya sido en
su hogar, esto continuará siendo en el mundo.
Necesitamos
fortificar nuestra vida en el hogar, que es el último refugio que va quedando
para el hijo de Dios que desea ser fiel a su Señor. El padre debe asumir el rol
de cabeza del hogar que Dios le ha otorgado, para ser mucho más que el simple
proveedor de las necesidades materiales; necesita posesionarse y ejercer la
función de jefe y sacerdote.
El
Señor dijo que “no solo de pan vivirá el hombre”,
sin embargo existen muchos
hogares que se auto proclaman cristianos,
y que solamente se están alimentando
de pan.
En
la Palabra de Dios encontramos esta ordenanza:
(Dt. 11: 18-20)
“Pondréis estas
mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma. Y las enseñaréis a vuestros
hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el
camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes,
y las escribirás en los
postes de tu casa, y en tus puertas”.
Muchos
son los padres que se esmeran por proveer a sus hijos de la última novedad que
se ofrece en el mercado, de comprar para el hogar todas las
“necesidades”
que
esta sociedad de consumo nos ha creado,
para lo cual muchas veces deben
trabajar largas horas extras.
Logran tener una casa muy hermosa,
llena de las
comodidades y avances que la tecnología ha desarrollado,
pero donde sus
protagonistas principales son los grandes ausentes.
Viven
comprando cosas para llenar y hermosear sus hogares, pero sus casas continúan
vacías, porque falta lo principal, sus seres amados.
¿Cuándo se reúne toda la
familia para intercambiar sus experiencias del día?
Y lo que es más triste,
¿cuándo se reúnen para hablar de las cosas del Señor
y enseñar a sus hijos en
los caminos de Dios?
Los
padres creyentes hemos recibido esta ordenanza divina:
“Pondréis estas mis
palabras en vuestro corazón y en vuestra alma.
Y la enseñaréis a vuestros
hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa”.
No es una
responsabilidad que el Señor ha delegado sobre la iglesia,
naturalmente que una
enseñanza de una Escuela Dominical no se contradice,
pero una instrucción de
una hora a la semana no solamente no será suficiente,
sino que jamás
reemplazará ni cubrirá las necesidades de la familia.
No se puede comparar la
eficacia de la instrucción impartida directamente por los padres, acompañada de
un ejemplo y modelo de cristianismo
que deseamos proyectar para nuestros hijos.
La
sabiduría divina ha dispuesto que el marido, cual cabeza y sacerdote del hogar,
sea el que debe impartir primariamente y cada día, la enseñanza de la Palabra
de Dios. “Pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma. Y
las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu
casa”.
Muchos
son los creyentes que se apropian muy ligeramente de este versículo:
“Yo y mi
casa serviremos al Señor”.
Pero,
¿cuántos son los que lo han tomado
como un
compromiso con Dios y lo han realizado en sus hogares?
Decimos
creer en la eternidad y en el cielo que nos aguarda,
pero vivimos como si nos
fuéramos a quedar eternamente en este mundo, preocupándonos únicamente de lo
terrenal.
La mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es guiarlos por
el camino del Señor y que crezcan en el temor de Dios, viendo en nosotros un
modelo de cristianos que ellos deben seguir.
Nada
puede prevenir de una forma más efectiva, para que nuestros hijos no sean
arrasados en un mundo que sucumbe bajo las expresiones más diversas del pecado,
que la formación cristiana que nosotros los padres podamos impartirles cada día
en nuestros hogares.
El
culto familiar fortalece la unidad matrimonial y con nuestros hijos. Toda la
familia es bendecida con la presencia del Señor y la lectura de Su Palabra.
Pero,
¿cómo debe realizarse de una forma efectiva un culto familiar?
Lo
primero es tomar la firme decisión como lo hizo Josué:
“Yo y mi casa serviremos
a Jehová”.
Luego fijar una hora al día donde
pueda reunirse toda la familia.
En
una sociedad con tantos compromisos laborales
y sociales eso se hace difícil en
muchas situaciones,
Pero debemos establecer nuestras prioridades
y no dejar el
tiempo que nos sobra para Dios,
porque como nunca nos sobra tiempo,
el
resultado será que nunca nos reuniremos
para cumplir con esta ordenanza del
Señor.
Es
recomendable que todos tengan una Biblia, para que los niños también puedan
participar de la lectura de un versículo (según sea sus edades) y así también
ser incorporados de una forma activa. Siempre será muy beneficioso comenzar
encomendándose al Señor en oración buscando Su presencia y llevando nuestras
peticiones hasta el trono de Su Gracia. Deben ser oraciones cortas y precisas,
y dejar libertad para que los niños puedan expresar sus oraciones en su propio
lenguaje.
Luego
de las oraciones y la lectura del pasaje,
es bueno incorporar a todos en el
comentario del mismo,
pero el padre de familia debe cuidar que no se aparten
del tema que se ha leído.
Dependiendo
del número del grupo, las oraciones en su conjunto no deberían ser más allá de
5 a 7 minutos; la lectura unos 3 minutos, y los comentarios otros 10 minutos.
Luego se podría incluir un tiempo para cantar algunos himnos o coros. Pero es
recomendable que la reunión en su totalidad no se extienda más de unos 30
minutos, para que nadie termine cansado, sino que muy por el contrario, estén
gustosos de estar presentes en la próxima reunión.
Si
llega alguna visita imprevista, no suspenda el culto, muy por el contrario,
invítelo a presenciar y escuchar. Cuando ya tenga más experiencia y todos se
sientan integrados, puede comenzar a invitar algunos amigos y familiares a
venir a participar de estos momentos que para Ud. y su familia son muy
importantes.
La
Palabra de Dios garantiza una bendición muy especial para el hogar que es
consagrado para Su Gloria. (Pro 22:6) “Instruye al niño en su camino,
y aun
cuando fuere viejo no se apartará de él”.
Quiera
el Señor que en estos días de oscuridad
que nos ha correspondido vivir, también
se levanten muchos Josué
y con compromiso,
perseverancia y valentía,
digan
igual que él:
“Yo y mi casa serviremos a Jehová”.
Que así sea, Amén.
Pas. Cristian E. Pérez
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