(ROMANOS 15:5.)
“Que el Dios que suministra aguante
y consuelo les conceda tener entre sí la misma actitud mental que tuvo Cristo
Jesús.”
Existen personas que tienen mala
conducta, aún cuando tienen buen proceder. Y también tenemos a quienes tienen
mal proceder, pero tienen buena conducta.
El proceder y la conducta son cosas
que se aprenden por la enseñanza y ejemplo. No son cosas innatas en el ser
humano. Una vez se aprenden, se convierten en un estilo de vida.
La conducta está relacionada con la
conciencia, con la moral y los principios. La conducta es lo que definimos como
nuestra costumbre.
La ACTITUD es el comportamiento; el
trato con las demás personas, las leyes, el comercio, la justicia y la cultura
de la sociedad en que vivimos.
La conducta es calificada por los
principios y valores establecidos. En nuestro caso como cristianos, es por la
Biblia, la cual contiene los 10 mandamientos, otros decretos y estatutos.
La ACTITUD es calificada por la
intención de los hechos; por el espíritu y propósito.
Tanto la conducta como la actitud,
son aspectos de la vida cristiana que cuando los tenemos bien definidos y guían
nuestro estilo de vida cristiana, hacen la vida de santidad sumamente
atractiva.
La ACTITUD marca la diferencia en
la vida. Una actitud despreocupada o diligente, positiva o negativa, hostil o
colaboradora, quejumbrosa o agradecida, puede influir mucho en la manera de
tratar diferentes situaciones y en la reacción de otras personas.
Con una buena
actitud se puede ser feliz incluso en circunstancias difíciles. Al que tiene
una mala actitud nada le parece bien, aun cuando, desde un punto de vista
objetivo, la vida sea buena.
La actitud es un sentimiento
interior expresado en la conducta.
Es por eso que a la actitud se la ve sin
decir una sola palabra.
¿No hemos visto la cara hundida del malhumorado, o la
mandíbula saliente del decidido? De todas las cosas que usamos,
nuestra
expresión es la más importante.
Como la actitud se expresa con
frecuencia en nuestro lenguaje corporal y se nota en la expresión de nuestro
rostro, puede ser contagiosa. ¿Han notado lo que sucede a un grupo de gente
cuando una persona, por su expresión, revela una actitud negativa? O, ¿han
notado el estímulo que reciben cuando la expresión facial de un amigo muestra
amor y aceptación?
Como en todo lo demás, Jesucristo
puso el mejor modelo de una buena actitud. Dijo: “Yo les he puesto el modelo,
que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:15).
Para ser como Jesús, primero
tenemos que aprender de él.* Debemos estudiar su vida con la intención de hacer
lo que el apóstol Pedro recomendó: “Ustedes fueron llamados a este curso,
porque hasta Cristo sufrió por ustedes, dejándoles dechado para que sigan sus
pasos con sumo cuidado y atención” (1 Pedro 2:21).
Nuestro objetivo es parecernos a Jesús tanto
como nos sea posible, lo cual incluye cultivar su actitud mental.
¿Qué supone tener la actitud mental
de Cristo Jesús?
El capítulo 15 de la carta que
Pablo escribió a los Romanos nos ayuda a contestar esta pregunta. Pablo se
refiere a una cualidad sobresaliente de Jesús en los primeros versículos de
este capítulo, al decir:
“Nosotros, pues, los que somos fuertes, debemos
soportar las debilidades de los que no son fuertes, y no estar agradándonos a
nosotros mismos.
Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para
la edificación de este. Porque hasta el Cristo no se agradó a sí mismo; sino
que, así como está escrito: ‘Los vituperios de los que te vituperaban han caído
sobre mí’” (Romanos 15:1-3).
A fin de imitar la actitud de
Jesús, se anima a los cristianos a prepararse para satisfacer humildemente las
necesidades ajenas en vez de agradarse solo a sí mismos. De hecho, esta buena
disposición de servir con humildad a los demás es una característica de los que
“son fuertes”. Jesús, el hombre con mayor fortaleza espiritual de todos los
tiempos, dijo de sí mismo: “Así como el Hijo del hombre no vino para que se le
ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por
muchos” (Mateo 20:28).
Como cristianos, nosotros también queremos esforzarnos
por servir a los demás, entre ellos a “los que no son fuertes”.
Otra característica sobresaliente
de Jesús fue su modelo siempre positivo de pensamiento y acción. Nunca permitió
que la actitud negativa de los demás influyera en su buena actitud para servir
a Dios; y nosotros tampoco debemos permitirlo. Cuando se le rechazó y persiguió
por adorar a Dios con fidelidad, Jesús aguantó pacientemente y sin quejarse.
Sabía que los que intentaran agradar a su prójimo en ‘lo que era bueno para su
edificación’ deberían esperar oposición de este mundo incrédulo y falto de comprensión.
¿Reaccionaríamos como lo hizo Job
si un compañero cristiano nos dijera bondadosamente que estamos dando muestras
de una actitud defectuosa? Al igual que Job, nunca ‘atribuyamos nada impropio a
Dios’ (Job 1:22). Si sufrimos injustamente, no nos quejemos nunca ni pensemos
que Dios es responsable de nuestras dificultades. No tratemos de justificarnos
ni olvidemos que, sin importar los privilegios que tengamos en el servicio de Dios,
aún somos sus siervos (esclavos) y debemos tener la actitud correcta ante
cualquier circunstancia.
A veces la actitud puede simularse
exteriormente engañando a los demás. Pero por lo general este fingimiento no
dura mucho. La actitud siempre trata de aflorar.
Si nos remontamos muchos años, cuando
Dios le habló a Moisés que no entraría a la Tierra Prometida, imagino que estas
palabras trabajaron mucho en la vida de este hombre. Creo que por un momento
debió haber pensado: “todo lo que he realizado y por una acción, no veré lo que
anhelaba”. Dios había establecido un plan, Moisés lideraba al pueblo de Israel
para que alcanzaran la promesa que se les había dado. Sin embargo, Moisés
experimentó las consecuencias de su decisión.
Números 20:11-12
11 Entonces alzó Moisés su mano y
golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la
congregación, y sus bestias. 12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no
creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto,
no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
Muchas veces, como seres humanos,
tomamos decisiones sin pensar, nos dejamos llevar por los impulsos y luego
decimos, “si hubiera pensado sin coraje, quizás, no hubiera pasado esto”.
Puede que hayas conquistado grandes
territorios, naciones y familias No
obstante, con tu actitud, hicistes que el plan que había sido diseñado para ti,
se deshiciera. No somos perfectos, pero hay áreas en nuestras vidas que podemos
mejorar y día a día cambiar. Con nuestras malas actitudes no logramos realizar
mucho del trabajo que debemos hacer para el Reino de Dios. El Señor quiere que
tú y yo alcancemos nuestra Tierra Prometida, no que la veamos de lejos. Dios
quiere que entremos y conquistemos lo que prometió para nuestras vidas.
Pon atención a esto:
Te invito a realizar el siguiente
ejercicio: Piensa en algo bueno que te haya ocurrido recientemente, y hazte las
siguientes preguntas: ¿Cómo fueron mis pensamientos? ¿Qué emociones se
dispararon? ¿Cómo fue mi actuación?
Ahora piensa en algo malo, algo que
a ti no te gustó y hazte las mismas preguntas. De seguro no te gustó tu
actuación. Tu estado de ánimo cambia de acuerdo a la situación o circunstancia
que estés viviendo.
Todo en la vida es un asunto de
control. Nuestra naturaleza es querer controlarlo todo y vivir la vida a
nuestra manera, si sigues así terminarás mal. Queremos controlar a Dios,
controlar a las personas y controlar las situaciones, y lo que sucede es que cuando
actuamos así vivimos en un descontrol, la vida se nos escapa de nuestras manos
y ocurren las tragedias. ¿Cuál es tu tragedia?
Las tragedias hacen infelices a
muchas personas y si tú quieres alcanzar la felicidad debes dejar de arruinar
tus pensamientos. Los pensamientos los puede controlar. Tu mente se alimenta de
los pensamientos que les das. Tus acciones son resultados de tus pensamientos.
Ten ánimo y lucha por tus sueños,
Dios prometió que obtendríamos grandes logros en tu vida y así será, no dejes
que el coraje, el enojo, el celo y la frustración impidan ese plan. No permitas
que una mala actitud te lleve a cometer actos que no te permitan disfrutar de
los sueños que el Señor pensó para ti.
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