¿Qué es el Estrés?
Todos hemos sentido estrés alguna vez, ya sea por el trabajo, la escuela, las deudas, la familia, etc. Por lo que es algo que nos acompaña en nuestra vida diaria, que aunque a veces no lo notemos, siempre está presente.
El estrés podría ser la principal causa del problema. Muchos de nosotros tenemos altos niveles de estrés crónico, ya sea por el trabajo, por problemas sentimentales o por una lista de obligaciones más larga que el cuello de una jirafa.
¿Cómo se refleja el estrés en tu cuerpo?
Entendido el estrés como un factor nocivo que afecta los cambios emocionales, los especialistas advierten que puede producir una mayor intensidad en nuestras tareas, y por lo tanto, puede potenciar las capacidades y probabilidades de éxito en distintos aspectos. Lo que hoy conocemos como distrés.
Por el contrario, advierten que también puede perjudicar la salud, relaciones personales, laborales y rendimiento general.
Jesucristo constantemente estuvo bajo presión. Sufrió presiones de tiempo; rara vez gozó de privacidad; siempre lo interrumpían; las personas, en repetidas ocasiones, lo malinterpretaron, lo criticaron y lo ridiculizaron. Experimentó tal clase de estrés que hubiera hecho claudicar a cualquiera de nosotros.
No obstante, al considerar la vida de Cristo, rápidamente descubrimos que permaneció en paz aun bajo presión. Nunca estuvo en apuros. Siempre estaba calmado. Poseía una tranquilidad en su vida que le permitía lidiar con el exceso de estrés.
¿Cómo logró hacer esto con tanto éxito?
Él fundamentó su vida sobre las bases firmes del manejo del estrés.
Si lográramos entender y aplicar estos principios a nuestras vidas, podríamos experimentar menos estrés y más tranquilidad emocional.
Ahora quiere que prestes mucha atención a esto:
El estrés implica una reacción física y emocional compleja, en la que se identifican tres fases:
1. Se da una reacción de alarma en respuesta a un factor de tensión que activa el sistema nervioso autónomo.
2. La fase de resistencia ocurre mientras el cuerpo se aclimata y ajusta al factor de estrés.
3. La fase de fatiga: la tensión persiste por mucho tiempo y se combina con otros factores que pueden llevar a la enfermedad.
Las investigaciones han demostrado que el estrés excesivo es uno de los factores que contribuyen al desarrollo de muchos males, tanto físicos como emocionales, por lo que es muy ocurrente que suceda una somatización, en consecuencia con la falta de una capacidad adaptativa a dichos cambios.
Son muchas las enfermedades psicosomáticas producidas por el estrés o desencadenadas o agravadas por el mismo. Sin embargo, es indudable su acción sobre enfermedades digestivas como úlceras, diarreas y estreñimiento; nutricionales y metabólicas; trastornos articulares y musculares; sexuales y ginecológicos; además de ser un agente desencadenante de trastornos psíquicos, lo cual lleva a la depresión.
Cuando el estrés agudo se presenta, se llega a una respuesta en la que se pueden producir úlceras hemorrágicas de estómago, así como problemas cardiovasculares. Mientras que en personas con factores de riesgo altos, puede incluso provocar un infarto.
Todos estos padecimientos suelen avanzar de manera silenciosa, pues quien lo padece, somatiza de diversas maneras y en diferentes áreas del cuerpo de acuerdo a sus propias características. Muchas veces, sin que se lleguen a dar cuenta, son síntomas o factores del estrés.
CONSEJOS PARA PRACTICARLOS Y APLICARLOS A NUESTRA VIDA:
1. Identifícate: Conoce quién eres
Jesús declaró: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan8:12). «Yo soy la puerta» (10:9); «Yo soy el camino, la verdad, y la vida» (14:6); «Yo soy el buen pastor» (10:11); «Yo soy el Hijo de Dios» (10:36). ¡Cristo sabía quién era!
El primer principio para controlar el estrés en tu vida es éste: Conoce quién eres. Este es el principio de la identidad. Jesús dijo: «Yo sé quién soy. Yo mismo me testifico». Esto es de suma importancia en el manejo del estrés porque si no sabes quién eres, otro tal vez te lo dirá, desde su propia perspectiva. Si ignoras tu identidad, permitirás que otros te manipulen y presionen para que seas alguien que no eres.
Mucho del estrés que experimentamos en la vida viene como resultado de portar una careta, de no ser genuinos con los demás, de vivir una vida doble o de aparentar ser alguien que en verdad no somos. La inseguridad siempre ocasiona presión en nuestras vidas, y cuando estamos inseguros nos sentimos obligados a actuar y a adaptarnos. Establecemos estándares irreales para nuestras vidas y a pesar de que luchemos, luchemos y luchemos, nos quedamos cortos. Naturalmente, la tensión y la presión son el resultado.
La primera manera de controlar el estrés en mi vida es adquirir un equilibrio interno en cuanto a lo que soy. Y sé quien soy cuando sé a quién pertenezco. Soy hijo de Dios. No fui puesto en la tierra por accidente, sino con un propósito. Dios me ama profundamente.
Soy acepto ante Dios. Él tiene un plan para mi vida, y debido a que me creó, soy de mucho valor.
Y como él lo puso aquí, eres significativo. Para poder lidiar con el estrés, necesitas saber quién eres. Y hasta que logre controlar este asunto, la inseguridad te va a presionar.
2. Dedícate: conoce a quién tratas de agradar
El segundo principio del manejo del estrés en la vida de Cristo se halla en Juan 5:30: «Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió».
Este es el principio: Conoce a quién tratas de agradar. Entiende que no puedes agradar a todo el mundo, porque en tanto lo logres con un grupo, otro se disgustará contigo.
¡Ni aun Dios se dedica a agradar a todo el mundo, de modo que es vano procurar hacer algo que ni siquiera él hace!
Jesús sabía a quién intentaba agradar; para él eso era un asunto contundente: «Yo voy a agradar a Dios Padre».
Y el Padre respondió: «Éste es mi hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mateo 3:17).
Cuando uno no conoce a quién está tratando de agradar,
se rinde ante tres cosas:
la crítica (porque le afecta lo que otros piensen de su persona),
la rivalidad (porque le preocupa que otro le lleve la delantera),
y el conflicto
(porque se siente amenazado cuando alguien discrepa de uno).
Si busco primeramente el reino de Dios y su justicia, entonces todas las demás cosas necesarias de la vida me serán añadidas (Mateo 6:33). Esto significa que si me dedico a agradar a Dios, eso simplificará mi vida. Siempre haré lo correcto, aquello que agrade a Dios, a pesar de lo que piensen los demás.
Nos encanta atribuirles a otros, la causa de nuestro estrés: «Tú me obligaste…», «Debo…» «Tengo que…» En realidad, hay pocas cosas en la vida (sin mencionar el empleo) que tenemos que hacer. Cuando decimos: «Tengo que hacerlo», «Debo hacerlo», «Necesito hacerlo», realmente estamos diciendo «Escojo hacerlo, porque no deseo pagar las consecuencias», difícilmente podrá alguien obligarnos a hacer algo, de manera que no podemos culpar a otro de nuestro estrés. Cuando nos encontramos bajo presión, decidimos permitir que otros nos presionen. No somos víctimas a menos que permitamos que las exigencias de los demás nos presionen.
3. Organízate: conoce lo que tratas de lograr
Aquí tenemos el tercer principio de Jesucristo para lidiar con el estrés: «Aunque yo sea mi propio testigo mi testimonio… es válido, porque sé de donde he venido y a dónde voy» (Juan 8:14). El principio es este: Conoce lo que tratas de lograr. Cristo declaró: «Sé de donde he venido y a dónde voy». A menos que planifiques tu vida, y fijes prioridades, experimentarás la presión de lo que otros consideren importante.
Todos los días vives de acuerdo a las prioridades o a las presiones. No hay otra opción. O decides lo que es importante para tu vida o permitirás que otros te lo dicten. Estableces las prioridades o vives con las presiones.
Es muy fácil actuar bajo la tiranía de la urgencia, llegar al final del día y reflexionar: «¿Habré logrado algo realmente? Gasté mucha energía e hice muchas cosas pero, ¿logré hacer algo importante?». Estar ocupado no necesariamente resulta productivo. Es posible encontrarse dando vueltas en el mismo lugar sin lograr nada.
La preparación te permite sentirte calmado. Dicho de otra manera, «prepararse le evita la presión mientras que la desidia le da lugar a la presión». Organizarse y prepararse adecuadamente le reduce el estrés porque estás consciente de lo que eres, a quién trata de agradar y qué es lo que deseas lograr como meta. Fijarte objetivos claros simplifica la vida en gran manera.
Dedica unos minutos para hablar con Dios diariamente. Consulta tu agenda del día y decide:
¿Realmente querré ocupar un día de mi vida de esta manera?
¿Estaré dispuesto a cambiar estas veinticuatro horas de mi vida en pro de estas actividades?
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